La puerta entreabierta

 

 Lo que compartimos no lo cambia ni el tiempo ni la distancia.

Esos que fuimos atesorarán para siempre esos momentos en que la noche era eterna y más oscura de lo normal,  en los que el corazón no encontraba rumbo y bordeaba cornisas  peligrosas, en que lo único que nos salvaba era esa mano siempre extendida, ese oído dispuesto a cualquier hora y esas palabras que abrazaban sin necesidad de brazos.

Esos que fuimos nos mostraron espejos en los que no queríamos vernos, pero cuyo reflejo fue necesario para crecer y fortalecernos. Nos hicimos tan indispensables que llegó un día en el que nos sobramos. 

Se extrañaron las charlas, los consejos y esos tangos sin música en los que nos encontrábamos cada día en que la vida pesaba al despertar.

No volvimos a hablar por mucho tiempo. Me sentí sola muchas veces.

Pero entendí que esa distancia era otro regalo para que pudiera ver todas esas aristas que nadie más me mostraba.

Dolió sí, mucho…

Esperaba el reencuentro, el abrazo postergado y las palabras sinceras. Esas que llegaran a confirmar que para los dos nuestra historia había significado lo mismo. O tal vez que, una vez más, yo había inventado un cuento para que mi cabeza se convenciera de lo que mi corazón sentía.

Nunca tuve otro amigo así.

Mi intensidad lo apabulló al punto de sentir que era mejor su vida sin mí. Lo entendí. Lo acepté. Y lo extrañé.

A veces pienso si nos daremos una nueva oportunidad como tantas otras veces , aunque en realidad ya nada sea igual. Nuestra charla tantas veces pospuesta me dejó más dudas que certezas.

Hoy veo lo que antes no veía. Hoy comprendo lo que antes no podía. Pero también me amo a mí misma como nunca lo hice antes. 

Hay personas que son maestros que, con su actuar, nos invitan a conocernos en profundidad. Pero a veces no llegan para quedarse.

Ya no ruego que permanezca junto a mí quien no desea hacerlo.

Estoy preparada para construir un vínculo más maduro y calmo, pero también para cerrar la puerta y no volver a abrirla si intuyo que no hay reciprocidad.

Ya no elijo las puertas entreabiertas.

Me quedo con quienes deciden fundirse en un abrazo y entran para seguir compartiendo el camino.

Acepto y dejo ir a quienes eligen el abrazo de despedida como manera de cerrar la puerta por última vez.

No llego a distinguir si hoy la puerta nos separa o tal vez vuelva a unirnos. Pero igual elijo agradecer.

Agradecer lo mucho que aprendí, esencialmente por el encuentro de mi vida con la suya…






Comentarios

Entradas populares de este blog

Volví después de mucho tiempo...

Sentir en voz alta

Mi mapa... tu mapa...